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La Silla de Pessoa

Historias para leer sentado

No tenemos ninguna fotografía de la silla de Fernando Pessoa. De hecho, las que tuvo siempre fueron de alquiler y por otro lado prefería escribir de pie, apoyado en una cómoda. Y aquí lo tenemos, en una habitación vulgar de Lisboa por la que paga cuatro reales, en un cuarto piso gastado y anónimo donde vive interpelando la vida, mirando el papel medio lleno mientras un cigarrillo barato se consume sobre un papel secante que hace de improvisado cenicero.

Hace poco que ha dejado de llover, de pie contempla como el atardecer se cuela por su ventana. El cielo se espacia lentamente, se escurren las últimas gotas del agua acumulada, las voces de la ciudad vuelven a sonar después de la lluvia. Desearía que la vida fuera un eterno estar en la ventana en su habitación de alquiler, en lo plausible íntimo de la tarde que corre. De una silla cualquiera cuelga un viejo abrigo para las vigilias matutinas y en el suelo unas zapatillas gastadas. A diferencia de Proust, que construye su interior acalorado por los objetos decorativos provenientes de la casa familiar, Pessoa sólo cuenta con muebles de alquiler y un baúl como única propiedad. Habitante melancólico del mundo, plural como el universo, su única propiedad es una caja de madera donde al final de su vida acumulará un total de 27.543 documentos manuscritos o mecanografiados medio ordenados. Unos textos inéditos escritos en papeles, panfletos o anuncios. Pessoa, reduce la casa a una simple estancia de alquiler sacudida por la fe inalterable por la verdad de lo íntimo, fundamento ético y moral de la sociedad burguesa, habitante de casas en propiedad llenas de mugre decorativa.

Desearía que la vida fuera un eterno estar en la ventana en su habitación de alquiler, en lo plausible íntimo de la tarde que corre.